"Vosotros sois mis amigos y la prueba más grande de Amor que alguien puede hacer por sus amigos es dar la Vida por ellos. Juan 15:13"
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TESTIMONIO Nº 5
EL DIABLO ODIA LOS CASETES


"Entonces el demonio,
derribándole en medio de ellos,salio de él;
y no le hizo daño alguno"
Lucas 4:35

Por el Pastor Hugo R. Gambetta

Desde que regresamos a los Estados Unidos con retorno permanente, después de servir como misioneros en la Universidad Adventista de Centroamérica, en Costa Rica, nos ubicamos en Berrien Springs, Michigan, de regreso a la Universidad de Andrews para prepararnos mejor para el servicio a Dios. Allí pasaríamos los próximos tres años empeñados en las clases del doctorado mientras nuestros hijos se reajustaban a la vida en los Estados Unidos y aprendían de nuevo el inglés, después de 8 años de haber vivido en Centro América.

Una de las tareas más placenteras que me tocó realizar en la Universidad fue enseñar algunas materias como estudiante doctoral. Pero por lejos, lo que llenaba mi corazón y llegó a ser la pasión de mi vida, fue el aceptar invitaciones para ir a predicar el evangelio. Semanas de oración, campañas evangelísticas, reavivamientos y seminarios de instrucción para la hermandad, realizados a lo largo y ancho de todo el país y también en el extranjero.

Al darme cuenta que mi ministerio se proyectaba mucho más al dejar los temas grabados en manos de la hermandad, se comenzó a producir series de sermones en casetes audio, en video, y eventualmente, en discos compactos y DVD, que los hermanos solicitaban para usar en la obra misionera y para su propia edificación.

Así, estudiaba durante la semana y los fines de semana viajaba a predicar, siempre cargado con la preciosa carga de material para dejar en cada lugar donde Dios nos llamase a servir. Toda esta distribución de sermones grabados había de producir una abundante cosecha para el reino de los cielos. Y esto, obviamente, enfureció al enemigo de las almas.

Ya estando en Centroamérica había observado que sucedían cosas inexplicables con los casetes. Como por ejemplo, que series grabadas se borraran misteriosamente, que las toca-caseteras se estropearan y que las cintas se rompieran de una manera demasiado frecuente, aún usando el mejor material. Para muestra, un botón basta: el episodio con el amigo doctor de San Carlos, que al tratar de llevar una serie de temas para sus familiares, tuvimos que grabar la misma serie cuatro veces, ya que cada vez que trataban de escucharla, los casetes estaban vacíos, y esto después de haber probado que estuviesen bien grabados. Y el llegar al colmo de saltar el casete de la grabadora y quebrarse en el aire, como si una mano invisible lo hubiese partido. Y en verdad eso es lo que sucedía, demonios empeñados en impedir que el mensaje llegase a quienes debían escucharlo.

En un campestre o congreso de la hermandad adventista en Orlando, Florida, siendo que pasaría toda la semana predicando en la iglesia de Forest City, llevé las máquinas de reproducción de casetes para 
duplicar los temas solicitados. El pastor José Hernández, por entonces coordinador de la obra hispana en la Florida, tuvo a bien hospedarme en un hotel no muy lejos del lugar de las reuniones. Era un cuarto con dos ambientes. La sala y el dormitorio separados. Siendo que en la sala había un mostrador largo, instalé la duplicadora de casetes sobre el mueble y eché a andar la grabadora. El ciclo de grabación de alta velocidad dura unos 5 minutos, así que entre grabación y grabación me recostaba en el dormitorio para continuar mi lectura mientras escuchaba el sonido de la grabadora esperando que terminase el ciclo.

Todo marchaba bien, hasta que traté de reproducir la serie de temas titulada “Temas sobre la Muerte y el Espiritismo”. Tan pronto como eché a andar la duplicadora con el primer tema, se enredaron los casetes y se dañaron las cintas. Volví a colocar nuevos casetes y eché a andar la máquina. Me dirigí hacia el dormitorio para seguir la lectura, y acababa de recostarme cuando escucho que la duplicadora se detiene. Regreso a la sala y encuentro que la máquina está apagada. Trato de prenderla y no funciona. Entonces me doy cuenta que está desenchufada, el enchufe arrancado de la pared. Vuelvo a enchufarlo y echo a correr la grabación nuevamente. Era como si quien estaba molestando esperase a que yo me recostase en la cama para seguir mi lectura, para entonces hacer el daño. Nuevamente se detiene la grabación. Me levanto, esta vez ya mucho más preocupado y molesto, para encontrar que el cable, que acababa de enchufar en la pared, estaba nuevamente desenchufado, y esta vez cruzado por encima de la duplicadora, todavía bamboleándose frente al mostrador.

Tuve entonces que reconocer que lo que estaba sucediendo no era algo natural. Me había negado más de una vez a “autosugestionarme” de que algo sobrenatural estuviese sucediendo, buscando alguna explicación lógica a lo que estaba pasando. Pero esta vez, como sintiendo la presencia de alguien que me miraba y se reía, me dirigí al dormitorio, me arrodillé junto a la cama y oré una sencilla oración:

- Señor, es tu obra la que estoy haciendo. Es tu palabra la que se expone en estos temas. Mira, Señor, el enemigo de Cristo no quiere que estos temas se graben. Reprende al enemigo, que deje ya de molestar. Envía a tus ángeles a este lugar que espanten la presencia maléfica de los ángeles de Satanás. Te lo suplico con toda humildad y sujeción a tu voluntad en el nombre precioso y todopoderoso de Jesús. Amén.

Volví a enchufar la duplicadora, y de allí en adelante no me dio más problemas. Aprendí una lección que debiera haber sabido mucho tiempo antes. Aún para duplicar casetes hay que orar.

Y esta lección también tuvo que aprenderla Francisca Romero, la joven obrera bíblica de la iglesia de Logan Square, en Chicago, unos años más tarde. Al estar en mi casa, duplicando algunos temas grabados para repartir entre sus estudiantes de la Biblia, encontró problemas y sorpresas. Cuando yo regreso a la casa, donde Francisca había quedado sola duplicando casetes, ella me dice: “Pastor, aquí asustan”. “He escuchado ruidos por toda la casa, agua corriendo, pasos y carreras en el piso de arriba y disturbios. Tenía tanto miedo que no podía seguir reproduciendo los casetes. Tuve que orar y pedirle al Señor que me protegiera, y así se detuvieron los disturbios.”

A lo largo de más de 20 años de grabar los sermones y hacerlos disponibles para miles de personas, Dios ha usado este ministerio de una manera extraordinaria. Son literalmente cientos y cientos de almas que el Espíritu Santo ha tocado a través de este método tan sencillo y tan efectivo. Al escribir este capítulo, hay más de 5000 sermones distintos que han sido grabados a lo largo de los años, de todos los temas y propósitos. No es de sorprenderse, pues, que el enemigo de las almas odie estos casetes. Y la historia que relataré a continuación confirma el aborrecimiento que el enemigo despliega contra este ministerio.

Me encontraba celebrando una campaña evangelística en la Iglesia de Logan Square. El viernes por la noche el tema que estaba presentando era “¿Pueden los Vivos Comunicarse con los Muertos?”

A mediados del sermón se oyó un disturbio en las escaleras de la iglesia. Noté que varios hermanos salían apresuradamente del santuario. Más tarde me contarían que un joven de unos 30 años, se había precipitado escaleras abajo cayendo hasta el hall de entrada de la iglesia, echando espuma por la boca. Se había golpeado fuertemente en la caída de las escaleras. Lo habían llevado a la casa de la hermana Jacinta, quien vivía cerca de la iglesia. El hermano Tony Santiago, primer anciano de la iglesia me dijo: “Pastor, tenemos que ir hacia allá. Parece que la situación está grave, el joven que se cayó por las escaleras está poseído de un espíritu maligno, y varios hermanos lo están deteniendo, pero ya no soportan más. Necesitamos ir urgente a orar para que el Señor expulse el demonio de este joven.

Al llegar a la casa, la situación era caótica. El joven, hijo de un hermano de la iglesia, estaba siendo sujetado por 6 o 7 hermanos en el dormitorio de la casa. Un grupo de hermanas oraba en la cocina, ya que era peligroso acercarse pues el hombre profería patadas, golpes y manotazos con una fuerza sobrehumana. Varias veces había azotado contra la pared a los hermanos que procuraban detenerlo. No era que no habían orado, pero el demonio se resistía a dejarlo tranquilo. Incluso uno de los diáconos había increpado al espíritu satánico a que saliese de él y lo dejase tranquilo. Con una voz horrible, como gutural, totalmente diferente a la voz del joven, el demonio habló a través de él.

- Me salgo de él y me meto en tu cuerpo.
Con semejante amenaza el hermano quedó tan impresionado que no se atrevió a seguir sujetando al joven. La hora que transcurrió les pareció un siglo a los demás. Cuando yo llegué a la casa, todavía no entraba ni en la sala, parado en la puerta de entrada oí esa voz horrenda que profería un improperio tras otro. Las palabrotas eran obscenas y ofensivas, como salidas de un diccionario propio de Satanás. Tan pronto como se abrió la puerta, (y el joven no podía ver quien entraba, ya que estaba en el dormitorio), se escuchó la voz horrenda gritando:

- A ti te esperaba, Gambetta, hijo de tal por cual. . .
Y una lluvia de maldiciones siguió, al mismo tiempo que, con una fuerza extraordinaria se desprendía de los hombres que lo estaban sujetando y se precipitaba a la sala, embistiendo a todo el que se le pusiese por delante. Su objetivo era claro: abalanzarse sobre mí y lograr su meta de destrucción. Y el joven era grande, con más de 300 libras de peso. En medio de todos sus improperios, alcancé a entender una frase que saeteó seguida por una risa que helaba los huesos:
- Gambetta, ya te destruí tu reputación. No pararé hasta que no te destruya a ti. Terminaré contigo y con tu familia.
Acto seguido se abalanzó sobre mí. Yo estaba aún parado a la entrada de la casa. Todo sucedió tan rápido que no tuve tiempo de hacer nada. Lo único que atiné fue abrir las Sagradas Escrituras que traía en mis manos. Y en ese mismo momento, al saltar sobre mí, se desplomó tan grande y fuerte como era, con un estruendoso ruido al suelo. Era como si al saltar se hubiese golpeado con una pared, una pared invisible que no le permitió caer sobre mí. Y allí quedó tirado, en medio de la sala, inconsciente.

Los hermanos que estuvieron en la lucha cuerpo a cuerpo con las fuerzas del enemigo me contarían después como el demonio, con voz horrible repetía vez tras vez maldiciones contra los casetes. Era como una fijación, que recurría a cada momento. El odio era contra los sermones grabados.
Tres demonios habían entrado en el pobre joven. Uno era el que hablaba con esa voz horrible. El otro sólo se reía y había un tercero que hablaba con voz de mujer. Uno de los demonios hablaba en inglés y el otro en español. El tercero sólo se reía.

Dios hizo el milagro ese día de librar a Eduardo del poder de Satanás. No fue fácil que salieran de él. Pero en ningún momento entramos en diálogo con el enemigo. No se profirió ninguna orden de salir, ninguna reprensión a Satanás, ninguna confrontación. Tan solo humildes oraciones dirigidas a Cristo, pidiéndole a Él que librara a Eduardo. Y Jesús lo hizo. Él realizó el poderoso milagro y toda la gloria y la honra es para Él.

De la experiencia del diácono que increpó al enemigo demandándole que saliera del joven, a lo que el demonio respondió: “salgo de él y me meto en ti”; aprendimos todos una lección muy importante. No entrar en discusión ni en controversias con el enemigo de Cristo. Él es demasiado poderoso para lidiar nosotros con él. Solo Jesucristo es más poderoso que él, y a Jesús le toca dar la orden, no a nosotros.


El día siguiente Eduardo no recordaba absolutamente nada de lo sucedido. En el hospital de veteranos, donde lo habíamos llevado por los golpes que recibió, no encontraron nada en él. Eduardo mismo nos contaría después como sintió que una fuerza horrible se desprendió del televisor mientras él miraba La Guerra de las Galaxias y entró dentro de él. De allí en adelante no recuerda nada. Semanas más tarde encomendó su vida al Señor y más adelante tuve el privilegio de bautizarlo en la Iglesia Bethel. Desde entonces nunca más ha sido atacado por el enemigo.


Información Extraída de:
http://www.elevangelioeterno.com/images/pdfs/testimonio_6_casetes.pdf

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